28 de octubre de 2023

Una vida gris


Vivimos en un mundo gris. No por las guerras, la deshumanización y el individualismo, que también, sino porque estamos rodeados de objetos de colores anodinos, sin personalidad (como si los objetivos la tuvieran...)

Coches blancos o negros. 

Habitaciones de paredes lisas y blancas. Minimalismo como bandera. 

Baños y cocinas de pulcro blanco satén.

Tonos pastel, sofás grises.

¿Dónde están los coches amarillos, verdes o rojos? ¿Dónde quedaron las casas empapeladas de dibujos imposibles de naranja miel? Ni alfombras, ni estampados, ni vajillas con dorados rococó que no puedes meter en el microondas.

¿Será esta la manera sutil de decirnos que vivimos en unos tiempos de polarización extrema donde el criterio propio y divergente no existe?




20 de octubre de 2023

El valor de la atención, o cómo nos roban el tiempo

Nadie sabe nunca en qué época vive. Eso lo sabemos gracias a los libros de historia. Los habitantes de lo que nosotros hemos llamado Paleolítico no eran conscientes de que se podían hacer las cosas de otra manera. Vivían el día a día como habían aprendido de sus antepasados y, la gran mayoría de ellos en aquellos tiempos, morían sin haber experimentado grandes cambios en su manera de vivir. Estos cambios que hoy se estudian a brocha gorda en la escuela fueron tan lentos que para quienes lo vivieron eran imperceptibles. 

Quizás mi abuelo, nacido en 1918, sí experimentó más cambios sociales, algo más palpables. Pero no creo que, en lo fundamental, su vida fuera muy diferente antes de la guerra civil que en su jubilación. Vivió 99 años y se adaptó de tal manera a los tiempos que le tocó vivir que parecía increíble que se interesara por los ordenadores primero y por internet después. Si lo pienso bien, para él debería ser ciencia ficción poder encontrarlo todo en la Red, pero él lo asumió con una naturalidad tan grande, se adaptó tan bien a los tiempos nuevos según surgían, que nada le afectó. Todo lo contrario, era un incentivo para seguir aprendiendo. 

Sí podíamos pensar que toda nueva generación ha vivido, o tenía la esperanza de vivir, mejor que la anterior. En cambio, esa seguridad de que el futuro será mejor, está hoy en día en entre dicho. Quizás la historia, y el paso del tiempo, nos muestre que sí seguimos esta senda de mejoría, aunque yo tengo mis reservas. 

Estoy leyendo el libro El valor de la atención. Cómo estos tiempos de internet y de lo "social" con sus respectivas aplicaciones nos están robando un tiempo valioso y, además, están consiguiendo cercarnos como a un rebaño de ovejas. 

Su intención no es, en absoluto, oscura. No es oscura en el sentido de que no lo ocultan. Todas las aplicaciones están diseñadas para que permanezcamos todo el tiempo posible mirando la pantalla. De esta manera aumenta la publicidad y los ingresos por la misma, que es a lo que se dedican estas grandes empresas. El inconveniente radica en que, por primera vez, las nuevas generaciones son "menos listas" que la anterior. 

Nuestro cerebro no trabaja, no atiende, no se esfuerza. Esta visión apocalíptica la vemos todos los días en las aulas. Niños que no son capaces de mantener la atención, que quieren su gratificación al momento y, que si no consiguen lo que quieren, no son capaces de tolerar la frustración. Adolescentes cansados, atontados. 

Este mundo de rapidez, de cebo informativo no hace más que generar ciudadanos estresados, insatisfechos y moldeables. No es de extrañar que las élites, las personas que diseñan este mundo, alejen a sus hijos de las trampas que han creado. No es de extrañar que las zonas reservadas a la clase alta, las zonas premium de aviones, aeropuertos, hoteles... se respire tranquilidad, silencio, lentitud, calma.

En la actualidad el valor no está en lo material. Está en volver a una vida como la de hace 100 años, al mundo de mi abuelo, al menos a ese mundo respecto a lo social. Más humano, más colaborativo y de ayudarse. Una vida más contemplativa, más pensativa y más filosófica. 

En definitiva volver a ser dueños de nuestro tiempo.





Fábula sobre la mierda